“El mundo cambia, pero todo sigue igual”
IGNACIO RAMONET: “LA TIRANÍA DE LA COMUNICACIÓN”
Progreso tecnológico, palabra mágica donde las halla. Cuando escuchamos este concepto se nos vienen a la mente cientos de inventos o avances que el mundo moderno ha experimentado en los últimos tiempos. La tecnología ha revolucionado nuestras vidas pero ¿acaso son todo ventajas?
El progreso nos invade y de qué manera, porque muchas veces ni siquiera somos conscientes de ello. Asociamos el progreso con algo positivo, beneficioso; pero siento decir, que esto no es cierto del todo. Y más aún si nos trasladamos al mundo de la información.
La era multimedia ha provocado una profunda revolución en los medios de comunicación.
La dinámica de nuestro mundo global hace que sólo los más fuertes sobrevivan, de ahí, que las fusiones y absorciones empresariales sean ineludibles. ¿Y cómo afecta todo esto a la información? Aparentemente es positivo porque gracias a las nuevas tecnologías podemos conocer, en tiempo récord, los acontecimientos que se producen en cualquier lugar del planeta. Pero la realidad es bien distinta y como siempre, la moneda tiene dos caras. La cruz desvelaría que la información se ha convertido en una mercancía más de las grandes corporaciones, que se adueñan de los medios de comunicación.
El ciudadanos y el periodista se encuentran de esta manera desprotegidos por las leyes del mercado. En consecuencia, la información queda influida por el mimetismo mediático y la hiper-emoción. Todos estos factores desembocan en la mutación del periodismo.
Nuestra profesión ha perdido ese sentimiento romántico e ideal de antaño. Su misión como 4º poder se ha desvanecido por la bruma con la que se perciben los media y el poder. Podríamos decir que ser un buen periodista, hoy por hoy, es una tarea muy difícil. Periodista puede serlo cualquiera que curse dicha licenciatura. Pero para ser un buen periodista eso no es lo esencial. El buen periodista ha de tener olfato de sabueso y no dejarse manipular por los intereses de quienes controlan los medios.
Toda esta transformación o mutación del periodismo se precipitó con la aparición de la televisión. Cuando surge este nuevo medio de comunicación, se presenta como una utopía hecha realidad. Poder contactar y ver con nuestros propios ojos lo que ocurren en cualquier lugar del mundo en tiempo real. Pero una vez más, la moneda nos muestra su cara más dura. En muchas ocasiones, la televisión no verifica sus informaciones por querer relatar los hechos antes que ningún otro medio y esto, acaba arrastrando al resto a cometer los mismos errores.
El problema crece cuando los espectadores conciben la televisión como un ser todopoderoso que recoge los hechos tal y como se producen. Muestra una realidad irremplazable por su puesta en escena.
En consecuencia, la televisión es quien dicta la normas. ¿Qué es actualidad? Lo que dice la televisión. ¿Qué es verdad? Lo que dicen los media, aunque sea falso.
Y mientras tanto, ¿qué hacen los periodistas? Quedamos relegados a reproducir las noticias que nos llegan, las demandas de los anunciantes...Se pierde nuestra función de control social del poder. Por ejemplo la labor informativa que el telediario representa no es más que una mera sucesión de acontecimientos con final feliz, de una forma fugaz y repetitiva a lo largo de la jornada sin prestar atención al análisis y evolución de los hechos. Se produce una enorme simplificación; el telediario dice la noticia y lo que hay que pensar de esa noticia. No se profundiza en el contexto que la envuelve. Es decir, los hechos se presenta separados de su contexto para distraer y evitar así, que se reflexione sobre lo esencial.
Además las leyes del espectáculo marcan la forma y contenido y de los telediarios. Se da prioridad a las imágenes espectaculares, lo anecdótico y superfluo tienen cabida, sólo con el fin de provocar emociones.
Y para que todo esto sea posible cientos de periodistas se encuentran distribuidos por el mundo para capturar toda clase de fatalidades. Se recurre a la violencia, la sangre y la muerte como yacimientos de información. Y si además se puede transmitir en directo y en tiempo real, entonces se alcanzará una difusión planetaria porque es el tipo de informaciones que las televisiones desean.
En definitiva, el periodista acaba convirtiéndose en la marioneta, en muchos casos inconscientemente, de quienes controlan los medios. Si por el contrario, intenta desmarcarse de las imposiciones de las grandes corporaciones, su trabajo puede verse censurado o incluso no publicado. Periodistas sumisos e indefensos porque la globalización de los mercados ha conducido, indiscutiblemente, al deterioro del papel de los Estados y de los servicios públicos. Es el triunfo de las empresas, de sus valores, del interés privado y de las fuerzas del mercado. Ya no importa o mejor dicho, no interesa actuar en beneficio de la opinión pública. El verdadero fin que se persigue es convencer o implantar en esa opinión pública, a través de la manipulación, unos determinados valores culturales que responden a los interés de los grandes grupos.
Y para conseguir esto, nada mejor que utilizar la televisión. El medio de comunicación por excelencia. Los discursos televisivos son muy convincentes y por si fuera poco, la televisión penetra en todos los hogares. Los expertos en comunicación coinciden en señalar que los telespectadores perciben mejor las imágenes que los sonidos, porque la imagen puede llegar a anular el sonido; siendo el ojo lo que lleva hacia el oído.
Me gustaría volver a la idea con la que comencé este texto: ¿Por qué a medida que el mundo avanza tecnológicamente se ponen más trabas a la labor de los periodistas? La respuesta creo haberla contestado antes: cuestión de intereses. Uno de los ámbitos donde se hace más patente estas ideas, son las guerras.
En los primeros años en que la televisión se convierte en testigo de los conflictos armados, un ejemplo; guerra de Vietnam, se informa con relativa libertad e incluso se critica por primera vez la actitud de los soldados. Es la primera guerra filmada pero no en directo. Aunque sus repercusiones fueron tremendas. Tal es así que llegó a provocar una gran brecha entre el gobierno y la opinión pública norteamericana.
Este ejemplo marcó un hito en la historia de la comunicación; del que los gobiernos de todo el mundo tomarían buena nota. Dejaron que los periodistas pudieran informar libremente, mostrando al mundo lo que realmente estaba pasando. Y no pensaron que esto se volvería en su contra. A partir de ahí, ya nada sería igual para los periodistas ni para el mundo de la comunicación.
Los gobiernos aprendieron a burlar o esquivar las presiones de los periodistas. Un ejemplo claro fue la invasión de Panamá en 1989; donde el gobierno de los EE.UU aprovechó la caída del régimen de Ceaucescu en Rumanía para invadir Panamá. Todos los medios se centraron en la caída de Ceaucescu y cuando quisieron informar de lo acontecido en Panamá ya era demasiado tarde. Nadie pudo ser testigo de lo que realmente ocurrió.
Aunque tampoco es necesario remontarnos tanto tiempo atrás, para comprobar las numerosas irregularidades o injusticias que se cometen. El último ejemplo lo tenemos en la invasión de Irak. Ya no me limito a denunciar la ilegalidad de dicha guerra. Voy más allá; cómo se quiere aplacar las voces de quienes no ceden a la censura de poder. ¿Por qué no dejan que los periodistas cuenten libremente lo que pasa, si esta guerra es por el bien de todos nosotros? Una vez más; cuestión de intereses.
Desamparado está el mundo de nuestros días. Donde incluso los gobiernos o los estados que se autodenominan democráticos quieren desvirtualizar a la opinión pública. ¿Y qué podemos hacer nosotros como periodistas? Pues luchar. Luchar para que la información que llegue a los ciudadanos sea lo más objetiva, veraz posible. Para que el público pueda escoger libremente. Sé que es una batalla muy difícil de librar, y que decir tiene de ganar, pero al menos tenemos la obligación de intentarlo o de lo contrario nuestra profesión acabará por convertirse en un mero resorte del poder. Esperemos que no sea demasiado tarde.